viernes, 31 de julio de 2009

Marta y el vóley

Solamente una vez la vi llorar. Era el partido final del clasificatorio a los Nacionales y el equipo desperdició una ventaja de dos sets. Ella desperidició una ventaja de dos sets. Porque ella era el equipo. Y el equipo era ella.

Cuando saltaba para rematar una pelota colocada, cada alma en el polideportivo aguantaba el aliento. Dos piernas imposiblemente largas la impulsaban hacia las alturas y en el punto más alto de su vuelo se detenía como flotando. La pelota seguía ascendiendo hacia la cúspide de su arco pero ella se mantenía inmóvil, inmune a los caprichos de la gravedad. De la nada un espasmo sacudía su cuerpo y cada uno de sus músculos se concentraba en estrellar el balón en la cara de algún desafortunado oponente. No sé cuántos dedos oí quebrarse en bloqueos inútiles, cuántas veces reconocí auténtico terror en el rostro del receptor de tan perfecto mate. Luego volvía al suelo lista para continuar el punto: ella era la única que contemplaba la posibilidad de que su ejecución no fuera perfecta.

Ya cuando su vida empezaba a tomar un giro que la alejaría para siempre del voleibol, la pierna de Marta decidió ceder y acelerar el proceso. En el exacto momento en que se oyó el "crac" que dejó escapar su rodilla, pude descubrir en sus ojos el entendimiento de que su último mate ya había pasado. Ni ella ni yo consideramos nunca la posibilidad de su vuelta. Si nos preguntaran, ninguno sabría quién ganó los Nacionales de ese año.

Hoy Marta comparte mi cama, mi vida y mis horas. Siempre baja del autobús con la pierna izquierda y prefiere utilizar el ascensor cuando es posible. Sé reconocer en su cara cuando piensa en el vóley porque sus ojos recuperan ese aire desafiante. Y porque a veces en ellos se forman lágrimas. Lágrimas que sólo he visto correr libremente una vez: cuando el equipo, cuando ella, desperdició aquella ventaja de dos sets.

jueves, 14 de mayo de 2009

Balseros

Hasta ahora, el tanque metálico había mantenido su hermetismo. El niño observa como una fisura finalmente se manifiesta sobre el cuerpo de la balsa improvisada y decide colocar todo su peso sobre ella por intermedio de su pie. Los trozos de óxido fosilizados devuelven la presión y una sensación de vacío en la planta del pie le confirma que el artilugio funciona. La histeria ha afilado sus instintos. La oscuridad le ha hecho olvidar que es niño. Hace dos días que el temporal lo convirtió en hijo único.

El padre contempla el horizonte con ojos desesperados por aferrarse a algo que rompa la monotonía de la masa azul que los llena desde hace días. Pero sus anhelos vacilan, indecisos, sobre lo que busca su mirada: aunque la tierra firme signifique la vida, no puede suprimir el deseo de conseguir la silueta del pasajero perdido. Gira la cabeza hacia atrás para sonreírle al niño y lo descubre adulto, pero también hambriento y visiblemente afligido. Hace muchas horas que sobreviven aferrados al vínculo paterno que los une, y nada más. Vuelve la mirada al frente y se percata de que a lo lejos lo espera una cinta oscura que recuerda haber visto sólo en sueños. Sabe que no alucina: el momento para eso pasó ya hace mucho.

Boca abajo, brazos como remos, el padre exprime sus fuerzas hasta el límite. Sorprendido por la soledad de sus actos, le basta mirar al niño por segundos para comprender que algo anda mal. El niño señala su pie y el pequeño riachuelo granate que de él emana. Intercambian miradas de entendimiento y cada uno continúa con su trabajo indispensable: se niegan a entregar a un segundo tripulante a la profundidad.

Las miradas de padre y niño están repletas de una confianza burlesca que parece provocar al agua, explicándole que nunca dudaron que llegarían a la costa de Florida. Finalmente los pies del padre tocan tierra. Emerge de la costa con el niño en brazos, como empujado por la marea. A la distancia, el tanque metálico se sumerge para siempre.

lunes, 20 de abril de 2009

Dale, Rojo

Increíble lo del Caracas FC, que en su página principal tiene audio (¿Grabado del estadio? no sé, no creo...) de "Dale dale rojo". Sorpresa demasiado grata, sobre todo tomando en cuenta que estoy en Pittsburgh y extraño los juegos del Caracas casi tanto como las arepas.

Proyección astral al estadio coretsía de caracasfutbolclub.com. 20 puntos.

lunes, 9 de marzo de 2009

La vuelta

El punto exacto en el que recobró conciencia se pierde en un mar de pensamientos que vacilan entre sueño y razonamiento. Se descubrió arropado, casi sofocado, y apartó de golpe la manta que lo cubría; a la vez abrió los ojos. La avalancha de información que se le vino encima chocó con su recién despertar y lo dejó perplejo; los volvió a cerrar. Comenzó a construir una imagen en la oscuridad. No tenía camisa; su lugar de reposo se sentía rígido, casi rocoso; no lograba identificar una parte de su cuerpo que no crujiera de dolor. Dio una segunda oportunidad a la visión y pudo rellenar la escena: la habitación era casi una cueva, sus paredes eran oscuras y la humedad acumulada sugería que algo más de iluminación revelaría una cámara mohosa, mientras que la poca luz que entraba lo hacía por una apertura que servía de puerta; detrás, el verde de un campo completaba el cuadro.

Colocó los pies sobre el suelo y lo sintió frío: también estaba descalzo. Intentó incorporarse, pero los pies cedieron ante el dolor que implicaba soportar su peso. Sentado de nuevo sobre su lecho dio rienda suelta al dolor por un instante, se llenó de él. Las punzadas comenzaron por los pies, pero luego las identificó también en las manos, cubiertas de astillas; una respiración profunda añadió agonía en las costillas y la espalda. Le sonrió al dolor y ahora sí se puso en pie. Se dirigió al campo tras doblar cuidadosamente la manta y colocarla donde hace minutos reposaba su cuerpo.

El aire fresco disparó en él la necesidad de hilar recuerdos para explicar su situación actual. La cámara, la ropa, las manos, la espalda: piezas de un rompecabezas con una solución que se mostraba elusiva. Nada más pensar en qué día de la semana sería disparó un dolor de cabeza insoportable. Arrancó a caminar.

Sus pasos parecían aliviar gradualmente la agonía. Se percató de una sensación de calma que lo había llenado desde el momento en que despertó en la cueva y, como por instinto, se volvió hacia ella. Desde la distancia reconoció las siluetas de dos personas y salió a su encuentro. La reunión ocurrió frente a la cueva, como si el evento hubiera sido programado con anterioridad. Las siluetas pertenecían a dos chicas a las que conocía desde hacía un tiempo. A unos metros de la entrada unos hombres, aparentemente dormidos, descansaban sobre el piso; no los había notado al despertar.

La teoría del encuentro programado se desbarató al notar que los rostros de las mujeres delataban sorpresa, casi disgusto, por encontrarlo aquí. Se limitó a preguntar "¿Dónde están los muchachos?". Lo refirieron a la casa de uno de ellos y se retiraron con prisa. Luego de verlas confundirse con el horizonte, procedió a su nuevo destino.

Cada metro recorrido parecía traer consigo un trozo de recuerdo, un pedazo de vida. La aspereza de la calle bajo sus pies lo llevó de vuelta días atrás. El ruido de la multitud le multiplicó las fuerzas. Al llegar a la casa se detuvo frente a ella y estudió la puerta: el momento había llegado, el dolor ya no existía. Esta vez las caras de sorpresa estaban en todos los rincones, pero una a una fueron mutando en alegría: era realmente él. Cuando la incertidumbre se redujo a un sólo portador, lo llamó a su lado y le dijo: "Ven, Tomás. Pon tu mano en mi costado".