jueves, 11 de marzo de 2010

Elena y Pau

La última vez que estuvo allí, Pau tomó su mano mientras subían cada uno de los cuatrocientos sesenta y tres escalones que separan al resto de los mortales de la vista más espectacular de Florencia.

Habían despertado en su cama y, todavía envueltos entre las sábanas, Pau había descubierto que ella nunca había subido a la cúspide del Duomo. Tres meses y medio después de su llegada todavía no conocía el mar color rojo ladrillo que los tejados de Florencia colaboraban para crear. Insólito, inaudito - tenían que ir ahora mismo.

Le prohibió mirar por las ventanitas de la estructura para, según decía, maximizar el impacto de la visión final. Finalizado el ascenso, tapó sus ojos y la llevó al lugar exacto que había bautizado ya hace años como su punto de vigilancia favorito. Cuando le devolvió la vista, Elena comprendió. Esto era Florencia.

Volteó a mirar a Pau y descubrió su nombre tallado sobre el mármol de la estructura. Las tres letras casi se perdían entre el mar de firmas y testimonios que tantos visitantes habían plasmado allí, pero ella no tuvo problema en encontrarlas, como tampoco habría tenido problema en encontrarlo a él entre el mar de tejados rojos.

Hoy admira la fachada del Duomo mientras se pregunta dónde estará Pau. Casi cuatro años después de aquél día no recuerda instantes tan vívidos como los que firmaron juntos entre las calles de Florencia. La sensación de vacío en su estómago se acrecienta y las lágrimas silenciosas se asoman por sus ojos casi a razón de una por escalón. Ni siquiera considera asomarse a alguna de las ventanitas.

Una vez en la cima cierra los ojos: es la única manera en la que sabe volver al lugar exacto. Al abrir los ojos busca las letras - otras letras. No busca el nombre al que pertenece ese pedazo de su corazón sino un mensaje que recuerda claramente por la tristeza que invocó en ella hace cuatro años.

"Beautiful. I will come back with boy".

Vuelve su mirada hacia el horizonte e imagina a Pau tambaleando sonriente entre los caminos de Florencia. Derrama la última lágrima con su nombre mientras recorre con las yemas de sus dedos, ahora sí, las cicatrices que él dejó alguna vez en la columna marmórea. Las reconoce. Son las mismas que, hace cuatro años ya, se dibujaron en su corazón.